miércoles, 2 de junio de 2010
Noches de duende y cerveza: el Patillas
Pocas veces he frecuentado hasta ahora tal local, reducto bohemio donde los haya en el frenético rítmo de la ciudad que lucha por estar a la altura del presente siglo.
Pocas veces he estado allí pero me han servido para sentirme querido y arropado, incluso abrumado por la historia de este pintoresco lugar, pero no es una historia cualquiera, no es historia de la que se encuentra escrita en libros, es historia viva, escrita por los cientos de personas que han descubierto en el Patillas un hogar. Historia que cuelga de paredes donde Conchita Piqué se tutea con Woody Allen mientras las fotos de todos aquellos que guardan al Patillas en su corazón observan las impávidas guitarras, laúdes y bandurrias que aguardan pacientes a que unas manos ansiosas de música las templen.
Cae la noche la gente empieza a llegar, y los bancos se abarrotan de nacionalidades y edades. El cubano con su son enamora a la Lola y el duende se pasea entre las mesas esperando a que alguien se arranque; "¡Amando, déjame una guitarra coño!" Una voz anónima comienza a entonar aquella canción olvidada, y la Lola besa al cubano y Boris se arranca por la flauta, el duende ya está en su salsa, y los desconocidos se convierten en improvisados compañeros de tonada y cerveza.
Y las horas pasan, y los botellines se vacían, humo de contrabando que se amontona a borbotones contra los carteles de las tardes triunfales de Manolete en la Monumental de Las Ventas y a la Piqué le lloran los ojos, pero nadie se va, todos seguimos allí escuchando esa guitarra a ratos gitana a ratos romántica. Llega la hora del cierre, noche brillante como todas en el Patillas, y Amando con el temple que solo la experiencia puede dar, nos despide. Brillo en los ojos a los que se asoman timidamente unas lágrimas, en parte por orgullo de ser el más querido, en parte por apagar las voces que dan vida al vetusto local. Pero mañana volverá a vestir su mandil de tabernero, y a servir botellines de a euro, esperando que el duende se siente en un banco aguardando paciente las manos que acaricien nuevamente las cuerdas de la guitarra.
Dedicado al que subjetivamente es el mejor bar de Burgos y al mejor tabernero del mundo. Gracias Amando por seguir ahí.
De un burgalés desde el exilio portugués.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
TREMENDO, que arte y sentimiento Luison!!! estás hecho todo un Machado!
ResponderEliminarJAJAJA gracias caray pero... dime en privadito quien eres anda que así en el anonimato como que queda muy frio ;)
ResponderEliminarjiji, que bien descrito!!
ResponderEliminartas en portugal? oh que caralho!!!
Un vicio el de la música que a ratos da vida y a ratos mata.
ResponderEliminarUn duende que sale, desde lo más escondido, desde donde ha estado esperando durante años un paseo para recordar las pasadas tardes de aplausos, pero sobre todo, tardes en las que solo eso, solo tocar te hace sentir viva, te lleva hacia una de esas "cosas que hacen que la vida valga la pena".
Perfectamente descripto... Soy una argentina que tuvo el placer de conocer el bar y a los muchos duendes que lo pueblan.
ResponderEliminar